Desde el 49 Ford venía haciendo cambios en el diseño de sus autos, cambios que la guerra durante los 40’s no había permitido. En el 52 aparece el primer Victoria como parte de la línea Crestline. Entre el 52 y el 54 se llamó Crestline Victoria y entre el 55 y el 56 se llamó Crown Victoria. La versión con el techo en acrílico se llamó Ford Fairlane Crown Victoria Skyliner.
Este
modelo de Hot Wheels, salió al mercado en 2004. Hay otra versión amarillo con
negro del mismo año, los dos de la serie Showcase Hot Wheels (Custom Cruiser
Series). Este es de sus modelos que me gusta mirar y mirar y no me canso. HW se
esmeró como sólo sabe hacerlo en sus modelos de lujo, no tanto en los que se
consiguen por docenas en los almacenes de cadena, en esos es más bien
descuidado… y aprovechado con los coleccionistas, podría hacer modelos de mejor
calidad, pero eso es otro cuento.
La
estantería en la que tengo mi incipiente colección es en realidad mitad
biblioteca y mitad repisa, antes estaba llena de libros, pero los autitos terminaron
desplazando a los libros (no a las lecturas). ¿Por qué? La reflexión sería
larga, pero trataré de condensar la cuestión. En un texto titulado “Cómo deshacerse
de 500 libros”, Augusto Moterroso dice que un lector se echa a perder como
lector en el momento en que alguien llega a su casa y le dice “¡guau, qué
bonita biblioteca!”. En ese momento comienza a comprar libros, más que por ser
lector, porque empieza a convertirse en coleccionista de libros. Con el tiempo,
su saldo en rojo con las lecturas de su biblioteca se va ampliando.
Soy
testigo y padecedor de dicho mal. No digo
que haya llegado a tener una gran biblioteca, pero hubo un tiempo en que
compraba (o robaba, pero eso también es otra historia, ¡qué placer leerse un
libro robado de una librería usurera!) un libro semanal, a veces más, pero muchos no los leía, sólo me
gustaba observarlos en la biblioteca. Monterroso me mostró que yo era un
coleccionista de libros. Si se trataba de coleccionar algo, no quería que
fueran libros. Si he de cargar con este lastre (mentira, es una delicia) prefería
coleccionar autitos, al fin y al cabo es casi una tradición familiar, jeje. Los
libros que sabía que no iba a volver a leer, los regalé o los vendí y compré
autitos.
A
veces, cuando me paro en frente de la estantería-biblioteca de los autitos, no
puedo dejar de pensar en qué hace a un coleccionista el ser coleccionista. Del coleccionista
al acumulador hay un paso. Del coleccionista al fetichista hay un paso. Paul Valery
(citado por William Ospina en “Nuestra extraña época”), dice que el grado de
civilización de una cultura se puede, digamos, “medir” en la medida en que los
valores de dicha cultura dan, justamente, valor a los bienes materiales o a los
bienes abstractos. La sociedad civilizada le dará valor a los abstractos.
Esta premisa tal vez ayude a mantener el equilibrio para no caer en el fetichismo ni en la acumulación descontrolada.
Este
bello auto venía en un empaque tan innecesario que me dio hasta cierta vergüenza
haberlo comprado (espero que le den algo al reciclador que lo recogió). No suelo
guardar esas cosas, me gusta sentir el modelo, palparlo, pulsarlo, olerlo,
tocarlo, jugar con él… lo siento triste en el empaque (si, sé que “blíster
suena más sofisticado, pero qué le hacemos “I’m an old aschool guy”). Eso me devuelve
a la pregunta de más arriba ¿que hace a un coleccionista ser eso?
Cuando empecé mi colección, a comienzos de este año, traje conmigo algunos modelos de la colección de mi hermano que había comprado yo. Generalmente compraba los que sabía que él no iba a comprar y que yo quería ver en esa colección. Cuando tuve de nuevo esos modelos en mis manos, me dí cuenta que muchos en realidad no me gustaban al ojo, o al tacto y que los tenía sólo por ser "clásicos" de esta marca o aquella. Finalmente tomé la decisión de cambiarlos o venderlos en las pulgas y comprar otros que me gustaran. Como este Victoria.
Entonces me doy cuenta que en la naturaleza de mi colección está el desapego, lo que en parte me tranquiliza, pero que también me hace cuestionar la legitimidad de mi colección. Finalmente, la única conclusión a la que llego es que cada colección es tan íntima, tan única como el coleccionista mismo y que no hay regla, que la validez de una colección tal vez la dé la relación del coleccionista con sus tesoros preciados.
Este modelo lo compré en un lugar de Bogotá que conocí hace poco. A los señores de Atlántida les agradezco los buenos modelos (que sin duda pasarán por aquí) y gracias también por la atención y las charlas. A
los lectores, sólo puedo decirles que ojalá haya disfrutado de este modelo
tanto como yo.